Por Darwin Caraballo, Director Ejecutivo de EDUCA
Ray Dalio, el reconocido empresario y pensador estadounidense, define el funcionamiento de la máquina de la economía, y en cierta medida la sociedad misma, como un simple proceso de interacción mecánica entre al menos dos partes que se repiten una y otra vez y siempre están conectadas entre sí. Estas interacciones ocurren cuando un individuo o grupo de éstos tiene necesidades que cubrir, y, al mismo tiempo, hay alguien que puede satisfacer esa necesidad. Así de simple. La complejidad, radica en que cada interacción deriva en un entramado sucesivo de transacciones múltiples que reflejan las infinitas combinaciones de necesidades, preferencias y capacidades de los miembros de una comunidad.
Los mercados, que no son más que espacios donde se producen las interacciones entre las personas físicas o jurídicas a las cuales se refiere Dalio, tienden a reaccionar ante variaciones del entorno. Dichas variaciones provienen de fenómenos exógenos o por acciones de algunos de los actores, y si estos son relevantes, como el Estado, más evidente todavía. La actual pandemia es un fiel ejemplo del primer tipo. Así, hemos visto como decenas de empresas se han reconvertido para producir mascarillas o alcoholes en gel ante la necesidad de cubrir esta demanda, hoy, imprescindible. Mientras tanto, el plan: aprender en casa preservando la salud que implementa por estos días el Ministerio de Educación (MINERD), constituye un ejemplo del segundo tipo de variaciones, dado que sin proponérselo este Plan ha redefinido las necesidades de algunas familias.
Según la ONE, más de 1 de cada 3 hogares se ubica por debajo de la Línea de Pobreza. De modo que dejar de salir a buscar el sustento no es una opción para los miembros de estos hogares, por más importante que les parezca la educación de sus hijos. Menos todavía, cuando el país se enfrenta también a los efectos de la pandemia sobre la economía que hará de este año 2020, según la CEPAL, aquel de peor registro en los últimos 120 años para toda la región latinoamericana.
Entendamos, también según la ONE, que en RD el 45.7% de los hogares tiene jefatura de un solo miembro – 3 de cada 4 de estos en manos de mujeres- y que dada la composición de los hogares no siempre se asegura la presencia de un adulto para cuidar a los menores que lo integran.
Combinando estas dos realidades y ante la aplicación del mencionado plan nace una nueva necesidad en algunas familias. Es decir, ¿quién se hace cargo de los más pequeños de la casa cuando el adulto debe salir a trabajar y las escuelas están cerradas?
Instalada la necesidad, solo era cuestión de tiempo para que la máquina de la economía comenzara a funcionar.
Las siguientes imágenes se corresponde con el patio de una casa del gran Santo Domingo. En estas, puede observarse con claridad como decenas de niños y niñas comparten espacios en común sin protocolos de seguridad, distanciamiento, uso de mascarillas, y sin poder asegurar las condiciones mínimas de higiene. Claramente, vecinos con buena voluntad, pero también advirtiendo la oportunidad de atender una necesidad concreta y real, fijan un precio y “cuidan” a los más pequeños del hogar mientras los padres trabajan.
Claramente, se trata de un efecto colateral no buscado por la acción del MINERD con la puesta en funcionamiento de la educación remota. La misma acción de “cuido”, sea remunerado o no, contraviene el espíritu del Ministerio de Salud Pública, en tanto autoridad sanitaria, que desaconseja la presencialidad de la escuela como forma de reducir el contacto y propiciar el efecto burbuja entre los miembros de un mismo hogar.
Pero esta situación tiene también un efecto perjudicial en las finanzas de los hogares más vulnerables. Esos mismos que tiene que evaluar el costo/oportunidad de dejar a sus hijos solos en sus hogares, frente a la opción de hacer un pago a un vecino mientras salen en búsqueda del vital sustento. Este servicio remunerado, genera un efecto de reducción de los ingresos de los hogares, que puede resultar significativo para aquellos más desfavorecidos, y, al mismo tiempo, introduce una ineficiencia en la economía, puesto que la sociedad dominicana sigue cubriendo con sus impuestos exactamente el mismo presupuesto educativo, en términos de PIB, que antes de la pandemia.
Está por demás claro que cuando el MINERD decidió aplicar el plan: aprender en casa preservando la salud, lo hizo con la convicción de continuar los procesos de formación de más de 2.8 millones de estudiantes. Esto, a pesar de las complejidades que supone la permanencia de la Covid-19 en el territorio dominicano. Las autoridades han tenido la firme y valiente decisión para llevar la educación a todos los hogares a cargo de profesores modelo, quienes imparten sus
clases por TV, radio e internet. Esta medida se valora positivamente puesto que define una estrategia novedosa en la distribución equitativa de la calidad. Así, los estudiantes de Gaspar Hernández, Fantino o Tamayo reciben las mismas clases y por los mismos profesores que aquellos que tienen la suerte de residir en las zonas más aventajadas de Santo Domingo, La Altagracia o Santiago.
Pero esta decisión generó efectos colaterales, no buscados. Sobre todo, en la organización de la educación y de las rutinas de las familias creando nuevas necesidades. Necesidades que una oferta coyuntural y precaria está dispuesta a satisfacer, pero que se somete a lógicos cuestionamientos sobre la calidad, la seguridad sanitaria que brinda a los niños y las ineficiencias que genera en el ingreso de los hogares más vulnerables y en el conjunto de la economía.
Esta es una razón más por la que EDUCA ha fomentado la integración de la presencialidad al plan: aprender en casa preservando la salud. No como una estrategia alternativa. En lo absoluto. Se trata de complementar de forma inteligente, con el uso de la data, priorizando las realidades más complejas para llevar equidad a la dramática situación que viven los hogares más desaventajados del país. Adicionando la voluntad expresa y certificada de aquellos padres que deciden enviar a sus hijos a los centros educativos de forma parcial, progresiva y gradual.
Compartimos la convicción que tienen las autoridades, respecto que el “plan: aprender en casa preservando la salud es una posible llave para dar el salto cualitativo hacia la calidad de los aprendizajes. Pero para que funcione con efectividad se requiere integrar la presencialidad como un complemento ineludible. Es tiempo de atender este efecto colateral antes de que sea demasiado tarde y que la oferta coyuntural distorsione por completo el entorno de la educación, pública y privada, que tanto está costando construir a la sociedad dominicana.
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